jueves, diciembre 27, 2007

Viajar.

Me gusta viajar. Llegar a lugares desconocidos me parece fascinante. Yo creo que una de las cosas que más me gusta es mirar a la gente. Bueno, eso me gusta hacerlo aquí o en cualquier otro lugar. Igual que escuchar conversaciones ajenas.

Y justo ahora, que estoy trabajando, me llegan de regalo dos posibilidades para viajar (y eso que el año nuevo pasado ni siquiera salí a darme la vuelta a la manzana con maletas). Dos posibilidades muy distintas. Una con toda la familia, otra sola. Una a un lugar desconocido y otra a un paisaje que ya vi una vez. Una al verano eterno y la otra al más duro invierno.

En el escenario ideal, podría ir a los dos lugares y disfrutar por separado. Empezar el 2008 preparando la maleta, largarme de aquí y salir a conocer, a redescubrir. Pero creo que justo ahora no estoy parada en ese escenario. Me equivoqué y me subí a otro. Ahora tengo que elegir uno de los dos viajes. Y cuando haya decidido eso, dejar que los grandes decidan por mí y vean si es que puedo viajar o si este verano tendré que quedarme frente al computador, en un trabajo que me gusta mucho, pero que sólo me permitirá soñar con conocer lo desconocido y reencontrar lo olvidado.

¿Verano o invierno?

Es una difícil decisión, aunque siempre he preferido el frío.

domingo, octubre 21, 2007

Vómito de ideas.

Antes que se acabe octubre, debo escribir algo. O tal vez no, pero lo haré igual.
Estoy impresionada con lo rápido que ha pasado el año, es como comentario de vieja, sólo me falta apretarle los cachetes a un pobre niño y decirle "ay, pero si yo te conocí cuando eras así". Pero es cierto, se me ha pasado muy rápido este año. Es más, el otro día, paseando por Providencia, creo, vi un gorro de Viejo Pascuero en una vitrina. ¿Hay señal más evidente de que se está acabando el año que la Navidad? Y claro, las grandes (y pequeñas) tiendas se aprovechan de la vulnerabilidad que produce el color rojo y blanco y la nieve artificial y cada año ponen antes la publicidad que incita a comprar todo lo que se nos cruza, pero de todas maneras, cuando aparece un Viejo Pascuero, quiere decir que se acabó el año. No hay nada que hacer. ¿Empezar a comprar regalos? Puede ser.

El otro día estaba conversando con una de las hermanas de Israel y me contaba que ella ya tiene todos los regalos de hombres comprados y los de mujeres los tiene vistos, porque le gusta hacerle regalos a todo el mundo. Incluso en su oficina juegan al amigo secreto para evitar que gasten plata innecesaria, pero ella no lo puede evitar y le compra alguna cosa chica a cada uno.

A mi también me gusta hacer regalos. Si voy por la calle y veo algo-que-tiene-cara-de-alguien, se lo compro. Claro, si es algo comprable. Porque por mucho que vea un laptop increíble, que se que tiene cara de Israel, o los últimos lentes de Chanel, que obvio que tienen cara de Chica, no se los voy a comprar (aunque ganas no me faltan). ¿Qué será lo que me gusta tanto de hacer regalos? No lo sé. Lo pensaré.

Pero en este post iba a escribir de otra cosa que, por supuesto, ya olvidé.
Ah, iba a decir que todo va bien con el trabajo, que ahora ya les puedo contar de qué se trata, pero que no lo haré. Sólo diré lo siguiente: visiten ahora ya www.paula.cl. Su click es mi sueldo.

En una semana y un día más es mi titulación. Nervios igual. Aunque no.
Es raro, porque no va a haber ninguna diferencia con mi vida actual.
En fin, no se qué más decir.

¿Feliz Navidad?
Sólo por si no escribo en mucho tiempo más.

miércoles, septiembre 05, 2007

Cambios.

Cada miércoles, cuando la Paz iba a grabar su programa (Planeta X, en RadioUC) me preguntaba cómo estaba mi situación laboral. Ante mi cara de "nada todavía", me daba ánimos y hasta me ofreció un trabajo que le habían pedido a ella. Pero hoy día por primera vez, y antes que me preguntara, pude responderle con una sonrisa.

¡Ahora tengo trabajo! Es sólo medio tiempo y por tres meses, pero hay pequeñas posibilidades de poder alargar ese contrato a plazo fijo que tendré que firmar en unos días más. Por ahora no puedo adelantar mucho más, pero seguramente la próxima semana podré escribir un poco. Sólo puedo decir que ahora salgo en un colofón. ¡Sí!

Durante las primeras semanas el trabajo no será muy creativo, sólo buscar, copiar y pegar, pero con la cabeza funcionando a full, pensando en nuevas ideas para más adelante. ¿Lo mejor? Mi jefa es una muy amiga, así que todo bien. Además, somos las únicas integrantes del "departamento", por ponerle algún nombre.

Por ahora, eso es todo. Yo, feliz. Ya me estaba desesperando con tan poco que hacer. Si a este trabajo le sumamos el de la radio y mis clases de costura (sí, ahora también estoy en clases de costura) tengo la semana casi llena y ni siquiera tengo tiempo para almorzar. Pero me gusta. Sí que me gusta. Ahora pienso en la crisis vocacional que tuve hace algunos años y me doy cuenta que en realidad me gusta esto del periodismo, sobre todo si puedo mezclarlo con mi otra gran pasión.

Pero antes de irme, no puedo dejar de mencionar la noticia de la semana. No hay palabras, sólo esta foto que me mandó mi hermana. Semana de cambios.

jueves, julio 19, 2007

Cirugía Microendoscópica de Cavidades Perinasales.

Finalmente, este sábado los pólipos saldrán de mi nariz. En una de esas hasta me cambia la voz y ya no me reconocerán.
La cirugía no me da tanto miedo como el papel que tengo que firmar antes de entrar a pabellón, donde se describen algunos de "los riesgos más frecuentes y más graves, incluyendo aquellos derivados de la administración de la anestesia", como por ejemplo:
  • Hemorragia intracraneal.
  • Traumatismo directo del cerebro.
  • Daño ocular completo o parcial.
  • Visión doble por lesión de los músculos externos oculares.
  • Fístula de líquido cefaloraquídeo (meningitis secundaria).
  • Colección de sangre en la órbita.
  • Obstrucción nasal por adherencia en las paredes de la nariz.
  • Alteraciones permanentes del olfato.
  • Lagrimeo continuo de uno o ambos ojos.
  • Formación de costra intranasal postoperatoria
  • Riesgo de la anestesia general: asfixia, reacción anormal a drogas, hipertermia, complicaciones pulmonares o paro cardíaco en un caso sobre 100.000.

Esperemos que no me pase ninguna de todas estas cosas y si llegara a pasar alguna que sea... ¿el lagrimeo continuo de un ojo? ¿o la alteración permanente del olfato? Aunque como me dijo Israel el otro día, esa última es más peligrosa y tendría que andar con un canario para todos lados, para asegurarme de no morir por una emanación de gas.

viernes, junio 22, 2007

La recta final.

A días de egresar surge inevitablemente la pregunta:
¿Y ahora qué?

Escena 1:
Javiera, Janet y Valentina conversan animadamente de cualquier cosa cuando, inesperadamente, sale el tema que últimamente ocupa sus cabezas por completo.
Vale: Oye, ya no queda nada para que se termine todo. ¡Qué miedooo!
Janet: ¿Qué vamos a hacer? (con cara de desesperación)
Javi: A mi todavía me queda la práctica...
Vale y Janet piensan: ¡Maldita! Todavía le queda ese agradable limbo. Nosotras, directo a la vida real.

Minutos más tarde, la conversación cambia de rumbo y ahí seguimos, las tres sentadas en la cocina, pero esta vez, hablando hasta por los codos.
De los sillones que antes estaban en la sala de estudio y donde uno dormía a pata suelta (y cómo Sole Puente retó a la Javi por estar con los pies encima).
De las pocas veces que visitamos la biblioteca en estos años: los ensayos de política, el niño que roncaba descaradamente en un sillón y nuestro ataque de risa posterior, la revisión de revistas para Interactiva y las miles de veces que nos hicieron callar.
De la Javi siendo confundida con Karen Paola en La Moneda y posteriormente ovacionada por la multitud presente, mientras su cara tomaba un bastante notorio tono rojizo.
De esa vez que la Chica, en un ataque de rabia, hizo callar a un grupillo que no dejaba de hablar en la mitad de una clase (y de la posterior cara mía).
De todas nuestras travesías en taller, como cuando tuve que reportear con Rodrigo las protestas de los pingüinos "desde adentro", con piedras y guanaco incluido.

De todo eso y mucho más.
Quedan pocos días, y la gran pregunta gran todavía no tiene respuesta.
Pero los recuerdos son muchos, miles. Y mientras pensamos en qué hacer ahora, podemos reírnos un rato acordándonos de todos esos episodios.

¿Y usted, de qué se acuerda?

sábado, abril 21, 2007

Cozos.

Elisa
Vicente
Clara

viernes, abril 20, 2007

Trabajo, trabajo, trabajo.

Primero, la emoción de la posibilidad.
Después, el poco tiempo, la vergüenza limitante y las ganas de abandonar.
Un sólo paso más llevó a la pena, la desesperación, la culpabilidad y al tápenmecondiario.
Finalmente, a pocos días de terminar, empieza a aflorar nuevamente la emoción, el saber que no me quedé de brazos cruzados, que hice cosas y que sirveron.
Temí porque odiaran mi trabajo, pero terminaron haciéndome algunas correcciones y diciéndome gracias.

No era tan terrible después de todo.

Abandonada en un banquito en Campus Oriente, con los dedos entumecidos, veo cómo empiezan a llegar las cosas que había buscado esta semana. No es metáfora, en mi mail aparecen las correcciones, los cuestionarios, las posibilidades.

Parece que lo logramos.
¿O estaré cantando victoria antes de tiempo?

{Ze Pequeña, gracias por la ayuda y perdón que Carlos te haya retado por mi culpa.}

lunes, abril 16, 2007

Tarde de Clínica.

El fin de semana mi abuelo fue al supermercado y se cayó. Nadie sabe muy bien cómo fue, pero terminó con un tajo en la cabeza en una ambulancia directo a la Clínica.
Hace tiempo que no entiende mucho lo que pasa a su alrededor, porque además está casi ciego. Es capaz de preguntar cien veces quien es la persona que está a su lado, aunque sea mi abuela. En todo caso, de ella es de quien más se acuerda. De ella y de mi tía.

Hoy día lo fui a ver y lo único que hacía era alegar. Que se quería parar, que se quería ir a la casa. Lo malo es que lo tenían amarrado a la cama, porque como tiene tantas ganas de irse es capaz de pararse y salir corriendo. Además de pegar varios manotazos en el intento. Estuve todo el rato con la guata apretada, porque parecía un niño chico. Mi abuelo, el que nos pagaba porque le arregláramos el pelo con la peineta que siempre tenía en el bolsillo, estaba completamente postrado en la cama y hablando tan mal que apenas se le entendía. Y así sigue hasta ahora. Echado y alegando.

Y durante casi toda la tarde estuve ahí, al lado de mi abuela, sentadas en unas sillas incómodas en la pieza de vidrio de la UCI. Pero a pesar de todo, lo pasé bien. Me encanta mi abuela. Es lo mejor. Es de esas viejas choras, que lo sabe todo y que hasta el día de hoy trabaja haciendo traducciones, mandando todo por Internet. Hasta hablo por MSN con ella y me manda cadenas lateras.

Mientras estábamos ahí, le pedía a mi abuelo que no se moviera, que no se tratara de desamarrar, que no se sacara los calcetines que le pusieron para la circulación, que se dejara quieto el dedo que tenía envuelto en un plástico. ¡No te saques el parche de la frente! Con cara de cansancio, me miró y me dijo: Tienes que querer mucho a Israel, para que cuando estén viejos y estén así, puedas tener la paciencia suficiente. Porque de eso se trata, de las pequeñas cosas de todos los días, pero también de estas.

Y se me apretó más la guata. Casi se me llenaron los ojos de lágrimas y me di cuenta de cuánto quiero a mis abuelos. Una vez más, son lo mejor. A Israel también lo amo y no me importa si cuando estemos viejos lo tengo que retar para que no se saque los parches o ponerle el pato (qué instrumento más espantoso) para que haga pipí, tal como lo hizo mi abuela un rato antes que yo me fuera.

domingo, marzo 18, 2007

De prácticas, perros y otras hierbas.

El viernes fue el día de los cambios. La práctica la terminé oficialmente el jueves, pero tuve que ir igual al día siguiente para terminar algunas cosas y despedirme como se debe. Quedé feliz. Creo que aprendí mucho, pero sobre todo me quedé con ganas de no volver a clases. Me encantaría poder seguir ahí, me cae bien la gente y me gusta el trabajo. Por suerte no estaré totalmente alejada y de vez en cuando podré ir a darme una vuelta.

Además el viernes fuimos con Israel a la casa del papá de la Coni en Chicureo a buscar a nuestra perra. Es una salchica negra con las patas café muy, muy rica. En el camino de vuelta se fue echada en mis piernas y ni siquiera vomitó. Toda una princesa. Su nombre de origen era Anastacia, pero con Israel se lo queríamos cambiar y nos fuimos pensando todo el camino en eso. No se nos ocurrió nada que nos convenciera. La dejamos en su casa, en Peñaflor y fue más que bien recibida por los vecinos pequeños. El único problema es, más tarde, cuando volvimos, ya la habían bautizado: ahora se llama Cuqui (o Cookie, o Kuky, vaya uno a saber). En vano fue todo el esfuerzo en pensar en un nombre lindo. Cuando finalmente nuestra duda estaba entre Violeta y Pimienta, nos encontramos con esto. En fin.

Pero el viaje a Peñaflor no fue sólo para dejar a la Violeta (sí, en mi mente seguirá llamándose así, no importa lo que diga el resto del mundo). A la salida de la casa de Israel me encontré con eso que estaba buscando hace tanto tiempo. Ahora, más encima, andaba con plata en la mano y con un auto disponible. No lo pensé dos veces y le dije al señor de delantal azul: ¿me da esa?

Así, nos vinimos con mi nueva súper increíble y verde bicicleta. ¡Sí! Finalmente me compré la mini que tanto quería. Seguramente ahora hasta me voy a ir a la U en bicicleta, aunque me demoraría menos a pie (hay que recordar mis nulas habilidades sobre este medio de transporte). Pero es tan bella. Además, le pregunté al señor: ¿y viene sin canasto? Aplicando toda la técnica de la cara del gato de Shrek. Y me miró y me dijo que bueno ya. En un par de minutos la bicicleta tenía canasto, patita para estacionarla, reflectores adelante y atrás y una increíble campana con un caballo dibujado.

Yo ya no daba más de felicidad y me lanza el discurso final: Señorita, usted tiene que cuidar esta bicicleta, nada de andar dejándola tirada por ahí. Lo que usted tiene en sus manos es una reliquia, ya no hacen más de estas. Así es que le voy a regalar esta cadena también. Cuídela.

Sentí como si me estuviera dando un pedacito de su historia, aunque claro, el hombre se dedica a eso. Pero a lo mejor tenía una relación especial con esta bicicleta. Yo creo que es verdad. Ahora la bicicleta está en mi casa estacionada, con su pintura verde manzana intacta. Sólo falta que me suba y salga a pasear por ahí.

Y una cosa más, ¿cómo le pongo? Porque, claramente, tiene que tener nombre.

miércoles, febrero 07, 2007

Depilación.

Ayer pensé que había descubierto una nueva picada. Un lugar amplio, blanco, decorado moderno y a pocas cuadras de mi casa. Toqué el timbre, me abrieron la puerta y pregunté si tenían hora para depilarse altiro. Espere un momento. Me senté en un sillón de cuero negro, frente a una mesita con varias revistas, entre ellas, la última Paula. Vamos bien, pensé. La señorita que me recibió apareció nuevamente y me hizo pasar a una pieza. Era bastante grande, la camilla era la más moderna que había visto y tenían una mesa con cubierta de vidrio para dejar las cosas.

Nada comparado con mi antigua Lady Di. Es una peluquería un poco oscura, que al fondo tiene una angosta y empinada escalera de madera. En el improvisado segundo piso, que debe tener un metro setenta de altura, porque siempre me pego en la cabeza, está la camilla cubierta con un género floreado. La cera debe ser la misma desde la primera vez que fui y más encima la calientan en olla.

En el lugar moderno, en cambio, tenían una maquinita blanca de esas que controlan solas la temperatura. ¿Por qué es media amarilla? Porque es cera Karité. Era una cera especial por no se qué y hecha con manteca traída del Caucaso (bueno, no de ahí, pero la idea es que me la presentaron como increíble).

Y me eché en la camilla. Estuve ahí por una hora y media. Ya no lo podía creer. O esto era muy bueno, o demasiado malo. Y claro, aunque le tenía fe, resultó ser demasiado malo. Yo no sé si el problema fue la niña depiladora o la cera, pero por alguna extraña razón me la echaba en pequeños montoncitos esparcidos sin ningún orden por mi pierna.

Mientras veía este desastre, sólo podía pensar: ¿Por qué no pregunté antes de entrar cuánto costaba? Ya me imaginaba que además al salir me cobraban un millón de dólares por la gracia. Por suerte no fue tanto.

Al final me fui a mi casa con la mitad de los pelos que tenía al principio todavía puestos y con la convicción que Lady Di sigue siendo mi mejor opción. Nada como la mejor peluquería de barrio.

lunes, febrero 05, 2007

Escuchona.

Me gusta mirar a la gente. Pero sobre todo me gusta escuchar conversaciones ajenas. Si voy en una micro puedo estar todo el camino intentando entender qué dice esa pareja que va atrás mío. O en el metro. O en la calle. O en un restorán. No me importa nada. Igual trato de pasar piola, pero a veces es inevitable y termino comentando su conversación con la persona que anda conmigo.

No se por qué será, pero tengo esa rara fascinación. Es como para enterarme de lo que le pasa a la gente. Por ejemplo el sábado, en la micro de Peñaflor a Santiago, lo pasé chancho escuchando como dos señoras conversaban de su trabajo. Supe que estaban atrasadas, que las iban a retar y que un tipo que trabaja donde mismo le había dado un beso a una de ellas, pero él estaba casado. Igual a la niña le gustó. Pero ahora es pesado, así que no les cae muy bien.

O la otra vez, que iba en el metro, completamente pasmada escuchando la conversación de una niña con un niño extranjero. Yo estoy segura que a ella le gustaba él, pero él no la pescaba mucho. Él era alto y ella lo miraba con deseo.

No puedo evitarlo, soy una mirona. Una escuchona.

Es esa misma fascinación la que cuando chica me hacía leer cualquier libro que en su título tuviera las palabras Diario de Vida. La misma que me hace leer miles de blogs al día, de conocidos y desconocidos (casi más de los últimos).

¿Estaré muy loca? A lo mejor es mi instinto de periodista que se apodera de mí. Quien sabe.

miércoles, enero 03, 2007

Revista.

Cosas graciosas de hacer la práctica en una revista para mujeres hecha casi completamente por mujeres:

1. Las guaguas son objeto de culto: No es raro que las periodistas lleguen con sus hijos chicos a la revista, lo que produce inmediatamente un caos de proporciones. Esto empeora seriamente si se trata de un niño de menos de un año de edad, porque a todas se les despierta el instinto maternal y corren a apretarlo como si fuera un pobre oso de peluche. No es raro tampoco ver una acumulación de periodistas rodeando a una guagua. El trabajo se para por algunos minutos y todo gira en torno a él. Después, cada una vuelve a su escritorio.

2. El matute es un mal necesario: Cada vez que una persona cruza la puerta de la revista con una bolsa con cosas para vender, se para todo el trabajo nuevamente. Un montón de mujeres con ansias de comprar y poco tiempo para hacerlo (entre las que, claramente, me incluyo) se tiran encima del pobre individuo que haya entrado. Claro que este individuo no termina tan pobre, porque claramente gana. Y harto. ¿Un ejemplo? Tengo dos calzones que no necesitaba guardados en mi bolso. Porque la oferta es variada. Desde un tipi de indios para que jueguen los niños, hasta trajes de baño argentinos. Todo por sumas nada de módicas.

3. El mundo de las picadas: Todas conocen la mejor tienda de ropa, de zapatos, de calzones, de cosas para la casa o de productos (entiéndase producto como toda aquella sustancia que se pueda echar en el cuerpo y que mientras sirva para más cosas, es mejor). Y están completamente dispuestas a compartirlos.

4. Colegio de mujeres: Por fin creo entender qué se siente estar en un colegio de puras mujeres. Después de haber estado durante 12 años en instituciones mixtas, por fin entiendo cómo es estar rodeada de mujeres todo el día. Sí, hablan más agudo. Pero también hablan más tonteras (bueno, no siempre, pero casi), lo que es

lunes, enero 01, 2007

Año Nuevo.

Hace tiempo que no escribía nada. Y eso que han pasado muchas cosas.
Por ejemplo, faltan sólo 3 días para mi cumpleaños.

Partamos por el principio. Hace dos semanas que empecé la práctica y ha sido bueno. Es extraño esto de estar todo el día sentada frente a un computador, pero por lo menos reconozco que me ha servido un poco para superar mi miedo a hablar por teléfono frente a otra gente. Estos días no ha quedado otra opción y he tenido que hablar. Claro, me doblo y hago todo tipo de contorsiones para que la gente me escuche lo menos posible, pero en una planta libre, sin oficinas, eso es difícil.
Pero también me he dado cuenta que para los periodistas que pertencen a un medio es todo un poco más fácil. O sea, eso que uno, como estudiante, siempre se preguntó, ahora es verdad. Con tan sólo decir el nombre del medio cambia la disposición y ya no es tan usual escuchar el tono lateado o derechamente pesado al decir: Hola, soy estudiante de periodismo, quería hacerle una entrevista.
Es más, el otro día llamé a un señor para hacerle unas preguntas y después que le colgué me llamó él (ojo, él tomó su celular, buscó en la memoria las llamadas recibidas y lo marcó) para decirme más cosas que se le habían ocurrido.
Pero como en todo, hay excepciones. Nunca falta el tipo que cree que su trabajo es lo más importante y que uno no es más que un estorbo. Claro que han sido los menos.

Y eso ha sido un poco mi vida. Con agradables interrupciones como la Navidad o el Año Nuevo.

La noche del 31 de diciembre la pasé en la casa de una de las hermanas de Israel. Comimos pasta hecha en casa, tomamos vino con frutillas y champaña. Nos abrazamos y después nos sentamos alrededor del fuego. Como a las 2 de la mañana ya moríamos de sueño, así que con Israel nos fuimos a acostar.
Y hoy día seguimos celebrando, en la misma casa, pero esta vez con pollos asados. En un minuto, la Fabiola llegó con papeles de arroz para que cada uno escribiera lo que quería para este año. Le hicimos caso y nos pusimos a escribir. Me di cuenta que si todo se cumple, este debería ser un año increíble, pero más que eso, un año de grandes cambios. Ojalá que así sea. Después de eso, cada uno enrrolló el suyo y lo ató con un cordel rojo. En la otra punta le amarramos una piedra. Y lo lanzamos a un árbol.

Espero que todos los deseos se cumplan. Yo haré lo imposible porque así sea.
Un año nuevo tranquilo, pero un nuevo año lleno de cambios.

Además, este 1 de enero descubrí que, contrario a lo que siempre pensé, según el horóscopo chino no soy búfalo, sino rata de madera. Y parece que este año se ve bueno para mí.