domingo, marzo 18, 2007

De prácticas, perros y otras hierbas.

El viernes fue el día de los cambios. La práctica la terminé oficialmente el jueves, pero tuve que ir igual al día siguiente para terminar algunas cosas y despedirme como se debe. Quedé feliz. Creo que aprendí mucho, pero sobre todo me quedé con ganas de no volver a clases. Me encantaría poder seguir ahí, me cae bien la gente y me gusta el trabajo. Por suerte no estaré totalmente alejada y de vez en cuando podré ir a darme una vuelta.

Además el viernes fuimos con Israel a la casa del papá de la Coni en Chicureo a buscar a nuestra perra. Es una salchica negra con las patas café muy, muy rica. En el camino de vuelta se fue echada en mis piernas y ni siquiera vomitó. Toda una princesa. Su nombre de origen era Anastacia, pero con Israel se lo queríamos cambiar y nos fuimos pensando todo el camino en eso. No se nos ocurrió nada que nos convenciera. La dejamos en su casa, en Peñaflor y fue más que bien recibida por los vecinos pequeños. El único problema es, más tarde, cuando volvimos, ya la habían bautizado: ahora se llama Cuqui (o Cookie, o Kuky, vaya uno a saber). En vano fue todo el esfuerzo en pensar en un nombre lindo. Cuando finalmente nuestra duda estaba entre Violeta y Pimienta, nos encontramos con esto. En fin.

Pero el viaje a Peñaflor no fue sólo para dejar a la Violeta (sí, en mi mente seguirá llamándose así, no importa lo que diga el resto del mundo). A la salida de la casa de Israel me encontré con eso que estaba buscando hace tanto tiempo. Ahora, más encima, andaba con plata en la mano y con un auto disponible. No lo pensé dos veces y le dije al señor de delantal azul: ¿me da esa?

Así, nos vinimos con mi nueva súper increíble y verde bicicleta. ¡Sí! Finalmente me compré la mini que tanto quería. Seguramente ahora hasta me voy a ir a la U en bicicleta, aunque me demoraría menos a pie (hay que recordar mis nulas habilidades sobre este medio de transporte). Pero es tan bella. Además, le pregunté al señor: ¿y viene sin canasto? Aplicando toda la técnica de la cara del gato de Shrek. Y me miró y me dijo que bueno ya. En un par de minutos la bicicleta tenía canasto, patita para estacionarla, reflectores adelante y atrás y una increíble campana con un caballo dibujado.

Yo ya no daba más de felicidad y me lanza el discurso final: Señorita, usted tiene que cuidar esta bicicleta, nada de andar dejándola tirada por ahí. Lo que usted tiene en sus manos es una reliquia, ya no hacen más de estas. Así es que le voy a regalar esta cadena también. Cuídela.

Sentí como si me estuviera dando un pedacito de su historia, aunque claro, el hombre se dedica a eso. Pero a lo mejor tenía una relación especial con esta bicicleta. Yo creo que es verdad. Ahora la bicicleta está en mi casa estacionada, con su pintura verde manzana intacta. Sólo falta que me suba y salga a pasear por ahí.

Y una cosa más, ¿cómo le pongo? Porque, claramente, tiene que tener nombre.