domingo, mayo 14, 2006

Feliz Día Mamá.


Esto lo escribí hace tiempo en el fotolog, el 7 de Julio del año pasado. Pero como que ahora le viene, así que acá va de nuevo.
Un beso para mi madre.



Mi mamá nunca tuvo grandes comodidades cuando chica. Hija de dueña de casa y de milico (‘demórese un poquito más y diga militar, mijita’, como diría mi tata si me viera escribiendo esto), y con tres hermanos más, siempre intentó arreglárselas sola. En el colegio no le iba muy bien, porque le daba lata estudiar, pero podía pasar horas enteras tejiendo, bordando y cosiendo lo que en el minuto estuviera de moda. Cuando había más plata en la casa, su mamá le compraba algunos géneros para que se hiciera la ropa. Apenas llegaba del colegio, con el jumper todavía puesto, se ponía a coser hasta la hora de la comida. En una tarde era capaz de hacerse varias faldas (aunque en esa época eran tan micro que seguramente hasta con un paño de cocina le hubieran salido varias) o un buen par de pantalones.

Mi mamá tiene una imaginación que me encanta. Creo que si hubiera tenido la posibilidad y las ganas de estudiar diseño o alguna carrera así, hubiera sido buena. De las mejores. Pero las cosas no se dieron así, y mejor se dedicó a criarnos a nosotras tres. A “sus niñitas”.

Igual, se lo agradezco. Me encanta mi madre. Me cae demasiado bien. Es una vieja loca, capaz de hablar incluso más palabras que yo por minuto (y a veces hasta más agudo) y que lo pasa increíble apretando a su único nieto. Aunque claro, suele tener sus arranques de furia y neurosis, es una maniática del orden y, como toda madre, siempre tiene la razón. Pero bueno, con el tiempo, mis hermanas y yo hemos ido heredando algunas de sus manías.

Mi mamá odia el incienso, porque le recuerda las misas a las que iba obligada cuando estaba en el colegio. Las odiaba. Y cada vez que el incienso pasaba cerca de su cara, se desmayaba. Así de simple. Desde entonces, es incapaz de olerlos.

Y hoy día, mientras acompañaba a mi hermana a la casa de una pintora para comprar un cuadro, sentí el olor. Y tosí. Me dio asco. Me acordé de mi mamá. Seguí tosiendo hasta que nos fuimos a otra pieza del taller donde, por suerte, el olor era mucho más débil. ‘Me carga el olor a incienso. Me da tos. ¡Me estoy convirtiendo en la mamá!’, fue el comentario que tuve que hacer al salir del taller. La Javiera se rió.